Rameras y esposas by Antonio Escohotado

Rameras y esposas by Antonio Escohotado

autor:Antonio Escohotado [Escohotado, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
editor: La Emboscadura
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


I

Al cesar la persecución de los inocentes, nuestra familia regresó de su escondrijo en Egipto para establecerse de nuevo en Nazaret. José trabajaba, María cuidaba del niño y éste crecía convencido de su propia gloria. María mantuvo su actitud de desprecio hacia todo lo relacionado con la concupiscencia, mientras José vivía también como hombre casto. Ambos se consideraban servidores del hijo, y en esa función veían el sentido de su vida toda.

A José ya le habían dicho los reyes magos que 'podrías llamarte padre porque sirves al niño como a un señor, respetado con gran miedo y diligencia'. 19 Se había casado a la fuerza, urgido por amenazas. Luego había sido puesto a prueba por las visitas del desconocido a la esposa y su posterior embarazo, a lo cual se añadió la persecución de Herodes. Por otra parte, la actitud de la madre ante el hijo impedía que ejerciese su autoridad al modo judaico habitual, y siguieron algunas complicaciones.

Tenía Jesús cinco años cuando estalló la primera. Acababa de llover, y las aguas de un arroyo próximo a la casa le sugirieron un juego sencillo de hacer pequeñas balsas. Se acercó entonces el hijo del escriba Anás, niño de sus años, inspirado por la absurda ocurrencia de dar salida con un mimbre a las aguas embalsadas. Pero al ver la fechoría Jesús se indignó grandemente y dijo:

–¡Malvado, impío e insensato! Ahora vas a quedar tú seco como un árbol muerto. 20

El evangelista no precisa si acompañó la maldición con actos de violencia física, pero el impío expiró junto al arroyo. Más tarde llegaron los padres; llorando una vida truncada a tan tierna edad, llevaron el cadáver ante José, mientras le increpaban por tener un hijo capaz de hacer tales cosas. 21

José se defendió lo mejor que pudo. Dijo que la causa de la muerte debía de ser otra –quizá la impiedad–, que Jesús era un niño ejemplar, nacido milagrosamente y futuro rey del mundo, que su madre era una santa, que el ambiente familiar era de impecable devoción y que, en definitiva, no se explicaba esa desgracia. Por suerte para él, los parientes de la víctima tampoco habían estado presentes cuando Jesús profirió la fulminante maldición. Aunque las excusas de José no mitigaban su dolor, para los padres era difícil creer en las versiones de los otros niños, y el incidente quedó zanjado como algo incomprensible.

Con todo, era sólo el comienzo. Hecho al temor reverencial de un progenitor con poco carácter, servido de modo absoluto por una madre sin otra vocación, instruido en la idea de ser su propio padre y señor del mundo, cuentan que Jesús era un niño bastante irritable. Al año de lo relatado, cuando todavía se rumoreaba en su contra, iba paseando por la calle central del pueblo. Un muchacho, que corría en su misma dirección pero mirando hacia atrás, fue a chocar contra sus espaldas. El atropello encolerizó al hijo de María, que sentenció:

–No seguirás tu camino. 22



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